La vida no es un cuento de hadas, ni mucho menos es perfecta. Tendemos a idealizarla, a soñar despiertos, a crearnos castillos en el aire que pronto se acaban desvaneciendo. El mundo onírico es bonito, sí, pero no es real, y no podemos quedarnos viviendo por siempre en él. Pero, ¿sabemos exactamente qué es la vida? ¿Es real? ¿O no es más que un sueño, una ilusión, una imagen virtual? ¿Y si lo que vemos reflejado cuando nos miramos al espejo es la verdadera realidad? O quizás sucede que la forma en que la percibimos no es más que un producto de nuestra imaginación. Muchas veces subestimamos la fuerza de nuestro subconsciente, cuando éste es mucho más potente que lo que es nuestra conciencia. El subconsciente formula nuestros más intensos deseos, nuestras grandes pasiones. Cada vez que nos dormimos, el último pensamiento antes de caer en brazos de Morfeo siempre va hacia aquello que ocupa el mayor espacio de nuestra mente. Y si tanto y tan bien nos entiende el subconsciente, ¿por qué solo se nos revela al soñar? Porque nunca le hacemos caso. Porque acallamos su voz así como solemos callar a nuestra conciencia. Porque muchas veces nos engañamos a nosotros mismos, no queremos aceptar la verdad, tenemos miedo. Miedo de no parecer lo suficientemente racionales, ya que en estos tiempos la racionalidad de una persona es símbolo y reflejo de su inteligencia. Ocultamos nuestros deseos, controlamos nuestros impulsos, retenemos nuestros instintos para parecer racionales. Pero no nos damos cuenta de que en realidad, lo único que conseguimos de este modo es parecer fríos, calculadores, distantes, poco más que máquinas pensantes. ¿Dónde quedó la calidez de las sonrisas y los abrazos espontáneos; las miradas llenas de significado que abren de par en par los contenidos de nuestro corazón? Lo hemos perdido todo, hemos creado murallas antibalas alrededor de nuestro corazón, hemos apresado y oprimido a nuestro subconsciente. Vagamos por el mundo como fantasmas, vemos pero no miramos, oímos pero no escuchamos, olemos pero no percibimos ningún olor, y muchos más sentimientos se han perdido por empeñarnos en razonar todo hasta el más mínimo detalle. Acabamos confundidos, rayados, con decenas de miles de millones de datos almacenados en nuestro cerebro, el cual se cansa, se abotarga, desconecta las neuronas; y caemos en la desesperación y en la frustración por el hecho de no saber cómo reaccionar ante estímulos que creíamos relativamente sencillos de responder.
Por eso te pido que me perdones. Perdóname por haber caído en el terrible error de negar mis sentimientos, por contradecirme, por querer engañarme a mí misma aun sabiendo el desenlace y las consecuencias que desencadenaría. Perdóname por no decirte todo lo que tendría que haberte dicho desde el principio, por haberte ocultado la verdad todo el tiempo. Sé que no hay segundas oportunidades, y no podemos cambiar el pasado. Todo lo que hemos vivido está ahí. En forma de recuerdos, pero está, y no puede ser borrado. El libro de la vida se escribe a bolígrafo, y no hay típex que valga para enmendar nuestros errores. Cada página contiene un día, y está en nuestras manos hacer que merezca la pena leer cada una de esas páginas que conforman este libro llamado autobiografía. Sería egoísta por mi parte decirte que quiero que seas parte de mi libro, pero mi subconsciente no hace más que repetírmelo (mírale qué simpático). Tal vez en un futuro querré arrancar ese capítulo de mi libro, al igual que queremos arrancar otras muchas páginas, páginas oscuras, tristes, llenas de errores que nos avergüenzan, pero nos hacen aprender y no volver a caer – supuestamente – en ellos. Pero también existen otras muchas páginas que querríamos du, tri, incluso cuadruplicar, para volver y volver a vivir esos instantes. Sonrisas, abrazos, recuerdos placenteros que nuestra mente se encarga de recordar, aunque de forma intangible, una y otra vez.
Dicen que nunca es demasiado tarde para darse cuenta de nuestros errores y pedir una nueva oportunidad, así que supongo que tampoco es tarde para pedirte una primera. Una oportunidad para demostrarte todo lo que significas para mí, todo lo que mi mente se encarga de repetirme cada noche. Obviamente sería estúpido que pudieras saberlo, además de incoherente, ya que me encargo de ocultar perfectamente mis pensamientos, para que nadie pueda acceder a ellos. Dicho así, todo suena un tanto excéntrico, pero no estoy loca. Al menos eso dicen las voces de mi cabeza.
Al contrario de lo que pueda parecer, esto no es un manifiesto de mis sentimientos, así como tampoco es una carta de declaración. Es el golpe de estado que ha dado mi subconsciente, la revolución que ha estallado dentro de mi cabeza, pronunciándose contra el régimen establecido, contra las normas impuestas. Han caído mis defensas, se han roto mis esquemas, la rebelión ha vencido. Indefensa, me enfrento al mundo con otra mentalidad. No tengo miedo, ya no. No me preocupa lo que puedan decir ni lo que puedan pensar. No me importa caerme si me vuelvo a levantar mil veces. Y sobre todo, no tengo ningún motivo por el que seguir ocultándolo todo en los recovecos de mi mente. No tengo reparos en decirte que te quiero, y estoy dispuesta a repetírtelo todas las veces que haga falta. Mi subconsciente ha tomado el poder, ha instaurado la dictadura de los sentimientos. Y voy a dejarlos fluir y volar libremente. Al fin y al cabo ellos, como nosotros, merecen ser felices, y yo no soy quién para negárselo.
No soy perfecta, claro que no. Tampoco creas que pretendo serlo. Tiene que ser aburridísimo ser perfecto y que todo el mundo aspire a ser como tú. El esfuerzo y el afán de superación son solo algunas de las pequeñas cosas que hacen que la vida tenga sentido. Mirar a todo el mundo desde arriba debe de ser horrible. Y solitario. Sobre todo solitario. Pero esa imperfección no entra en conflicto con la felicidad. Y yo lo único que quiero es ser feliz. Me da igual no ser la más guapa, ni la más inteligente, ni la más interesante. Simplemente soy yo misma, con mis virtudes y mi multitud de defectos. Pero incluso un ser tan sumamente imperfecto como yo tiene el derecho de ser feliz. ¿Serías capaz de negármelo?