26.5.10

Todos nos vemos obligados a tragarnos nuestras palabras alguna vez.

Siempre te dije que nunca descargaría mi furia contra ti. Lo dije una y mil veces, me convencí a mí misma de que nunca podría enfadarme realmente contigo, que era imposible odiar a alguien a quien quieres. Pero todo ello lo dije sin pensar, sin pararme a razonar un segundo, sin saber cómo eras realmente.
Y me di cuenta. Caí en la conclusión de que no eres más que un niñato malcriado, que si alguna vez me hablaste fue por pena o por interés; que tu definición de aprecio está muy lejos de igualarse a la mía. Y sobre todo, me di cuenta de que las ilusiones, al igual que los castillos de naipes, se derrumban al más mínimo suspiro. Y es entonces es cuando me di cuenta de que fui estúpida al prometerme cosas que quizás no sería capaz de cumplir.


Tal vez por eso debí ver la otra cara de la moneda antes de precipitarme a tomar una decisión. Debí ver más allá de tus intensos ojos y tu enigmática sonrisa. Debí recordar que no es oro todo lo que reluce, y tú no eres más que una pobre imitación - atractivo, sí, pero a la vez frío y falso.

Como ves, todos nos vemos obligados a tragarnos nuestras palabras alguna vez. Y si voy a entrar en tu juego, al menos voy a jugar a tu mismo nivel: un juego de falsos que no son capaces de decir la verdad a la cara. Un juego de cobardes.

1 comentario:

  1. Nadie se percata NUNCA de la otra cara de la moneda :]
    es una triste verdad
    pero no me niegues, que es eso lo que hace interesante a la vida

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